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Columnistas

El humo a lo lejos

El humo a lo lejos

junio 28, 2022

Por: Santiago Wills*

En septiembre de 1887, Nellie Bly, una joven periodista estadounidense desempleada, aceptó actuar como una enferma mental para escribir una crónica acerca de un hospital psiquiátrico para el New York World, un periódico de Joseph Pulitzer. Para que la ingresaran, Bly simplemente se registró en un hogar para mujeres trabajadoras y aparentó estar triste la mayor parte del tiempo. Lloró y se quejó de haber perdido su equipaje hasta que la encargada del lugar llamó a la Policía. La llevaron ante un juez y, luego de un poco de histrionismo, la trasladaron al Hospital de Bellevue.

Allí, los médicos le preguntaron sobre sus amigos y su familia –Bly dijo que era cubana y que siempre había vivido sola–, si había tenido amantes o estaba casada –respondió que no a ambas preguntas– y si no tenía algún hombre que cuidara de ella –se contuvo para no golpear al doctor de turno–. Tras varios interrogatorios, la enviaron al Asilo para Lunáticos de la Isla de Blackwell, hoy la Isla de Roosevelt. “Positivamente loca”, certificó uno de los médicos ante una enfermera.

Bly pasó diez días en el manicomio. Compartió el encierro con 1.600 mujeres. En Diez días en un manicomio, las crónicas que escribió al salir, Bly documentó las condiciones deplorables del lugar, las arbitrariedades de las enfermeras y los doctores, y los abusos que sufrían las pacientes como parte de sus tratamientos. De acuerdo con la periodista, en el asilo bañaban a las mujeres con agua hedionda y helada, las pacientes supuestamente violentas eran atadas por la cintura con cuerdas y cinturones de cuero, y la única distracción permitida a las reclusas, más allá de caminar en el patio, era subirse una vez a la semana a un carrusel dispuesto en los jardines.

Sus escritos dieron pie a una investigación y a cambios sustanciales en la Isla de Blackwell. “Dejé el ala de las locas con placer y pesar”, escribió, “placer por poder disfrutar nuevamente del libre aliento del cielo; y pesar por no poder traer algunas de las infortunadas mujeres que vivieron y sufrieron conmigo, y que, estoy convencida, eran tan cuerdas como yo lo era y lo soy”.

Las crónicas de Bly fueron unas de las primeras en tener repercusiones cubriendo con empatía y sin amarillismo a pacientes de salud mental. A pesar del machismo, el desconocimiento, los prejuicios y el estigma que rodeaban estos temas en esa época, la estadounidense logró describir de manera conmovedora y respetuosa las condiciones en las que vivían las mujeres recluidas en la Isla de Blackwell.

La tarea no es sencilla, incluso hoy. Aún convivimos con muchos de los prejuicios sobre salud mental que existían en el siglo diecinueve o en el siglo veinte. El sensacionalismo suele seguir siendo la regla cuando se piensa en las enfermedades relacionadas con la mente, en parte por la ignorancia científica que permea este ámbito y en parte por el morbo propio que conllevan estos problemas.

Hay, además, una inclinación natural a pensar que incluir detalles “amarillistas” sobre estos temas los hace más atractivos o poderosos. La idea no es descabellada: las descripciones detalladas o las imágenes de personas con problemas mentales suelen causar choques o producir efectos de largo plazo en las audiencias. Algo similar sucede con los eventos violentos (piénsese, por ejemplo, en fotografías de guerra como la de Phan Thi Kim Phuc, conocida como “la chica napalm”): los detalles del horror se inscriben en la memoria.

No obstante, hay diferencias cruciales en el caso de la salud mental. Por un lado, las descripciones pueden contribuir a la estigmatización y, por otro, pueden tener efectos nocivos, como lo muestra el efecto Werther.

En esa medida, el periodismo tiene responsabilidades adicionales a la hora de cubrir temas de salud mental. No debemos limitarnos a informar, sino que debemos cuidar el modo en que lo hacemos. Esto implica que muchas veces las estrategias narrativas más poderosas en otros contextos no son las indicadas. A veces girar la cámara y fotografiar el humo a lo lejos puede ser más contundente que el cuerpo desnudo que huye de las llamas.

Nellie Bly entendió una versión de esto hace casi 135 años. Se dio cuenta de que la historia no se hallaba en las enfermedades mentales que sufrían (o no) las mujeres de la Isla de Blackwell, sino en lo que sucedía a su alrededor. Parte de ese descubrimiento nació de un método radical que todos debemos practicar de una u otra manera en nuestra reportería. Bly, como ya se dijo, se hizo pasar por una enferma mental.

La recomendación, por supuesto, no es que los periodistas hagamos eso, pero sí que entendamos que al hablar de personas con problemas de salud mental no nos referimos a seres diferentes, con quienes no es posible relacionarse.

Y aquí es importante señalar un dato clave de la historia: al ingresar a la Isla de Blackwell, Bly cesó su actuación. Los diez días que pasó encerrada en el manicomio convivió con las demás pacientes desprovista de máscaras, y de ese modo las reconoció, las aceptó y se conmovió ante su situación. Sin duda, eso es lo principal. Ver, entender (con la ayuda de la ciencia, claro) y reconocerse en los demás. 

*Es un escritor y periodista colombiano. Ha ganado dos veces el Premio Simón Bolívar y ha sido dos veces finalista del Premio Gabo. En 2016, fue becario Rosalynn Carter en Periodismo en salud mental. Jaguar, su primera novela, se publicó en enero de 2022.

Sobre el Premio Roche

El Premio Roche de Periodismo en Salud es una iniciativa de Roche América Latina, con la Secretaría Técnica de la Fundación Gabo, que busca reconocer la excelencia y estimular la cobertura periodística de calidad sobre temas de salud y ciencia en América Latina, integrando miradas desde lo sanitario, económico, político, social, entre otras áreas de investigación en el periodismo.

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